A finales del siglo XIX
los microscopios ópticos habían progresado de forma considerable.
Sin embargo, ni siquiera con el microscopio más perfecto se puede
lograr una resolución superior a la mitad de la longitud de onda de
la luz utilizada. Esta característica sitúa al límite de
resolución del microscopio óptico en torno a 0,25µn y, por tanto,
impide la observación de la estructura fina de la célula. La
construcción en la década de 1930 de los primeros microscopios
electrónicos permitió superar esta limitación dado que utilizan,
en lugar de un haz de luz, un haz de electrones, cuya longitud se
sitúan entre 0,5 y 1 nm y permite estudiar la estructura subcelular.
Las estructuras y orgánulos celulares descritos con el microscopio
electrónico son una prueba más de que todas las células responden
a un mismo plan básico de organización.
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